22.12.05

20.12.05

Lo que queda de uno ... Eso es lo más que se puede ofrecer cuando al año le faltan sólo unos días para terminar.
Hoy, todavía todo era para ayer; pero mañana lo que quede pendiente va a estar atrasado desde el año pasado. Tareas, trabajos, informes, examenes, gestiones, reuniones, balances, memorias, compromisos sociales, tiempo prometido, todo urgente, todo para fin de año.
Que le vamos a hacer... se hace lo mejor que se puede, con lo que va quedando de uno.
De cualquier forma, el cansancio ha valido la pena. Doy por vivido todo lo pasado y el agotamiento de hoy es un precio pequeño para todo lo bueno que he recibido. ¡Que vengan años así de intensos!, aunque la vida se gaste más rápido, aunque el cuerpo y la mente terminen de rodillas. Agradecida por el palo y por la pluma, contenta por la risa y por el llanto.
¿Llegaré al final de este año con todas las tareas hechas? Seguro que sí, y como dicen en San Salvador, Centroamérica: "el León puede ser abatido, pero nunca vencido... ¡viva el León, jodido!"

7.12.05

proselitismo necesario

Nuestro lugar en el Mundo

En la última década, nuestro país ha experimentado una impresionante baja del porcentaje de su población en situación de pobreza. Desde 1990 hasta el 2003, la pobreza en Chile ha disminuido en casi veinte puntos porcentuales. A pesar de esto, hoy todavía hay tres millones de chilenos que viven en hogares cuyo presupuesto diario no supera los mil quinientos pesos. Comer, dormir, vestirse, transportarse, educarse, mantenerse sano, darse un gusto, vivir ,con menos de mil quinientos pesos diarios por hogar.

Escena cotidiana ... extractada de la vida real:
Centro de Santiago, 30 de noviembre 2005, 19:30 horas.
Una anciana sentada en las escaleras del Metro, sola, a punto de llorar, sufriendo dolor físico y mental, pidiendo por favor, mirando con angustia a los que no la miran, monedas por piedad. No puede levantarse sola, no ha comido en todo el día, está anclada al escalón; todavía le faltan muchas monedas para completar los nueve mil ochocientos pesos que le cuesta el remedio que necesita con urgencia, con desesperación. El hijo vive en Villa Alemana y le dijo que iba a venir, pero eso fue hace tres días. Ya pasaron cuatro días desde que la atropellaron cerca de su casa, en Balmaceda con Maipú. Lo Espejo está terrible, por eso se fue su vecina, la que la conocía y la acompañaba a cobrar la pensión; ahora no tiene a nadie, excepto a su perrito, que la quiere y la acompaña, porque los animalitos son más fieles que nadie. Pero desde el accidente todo ha sido una pesadilla. Todavía no le cambian las vendas de la pierna, todavía el hueso de su clavícula sobresale dos centímetros de su hombro. En el traumatológico le dieron hora, pero se le perdió el papel y no le sirve la hora porque le duele mucho y no sabe qué hacer. Necesita el remedio, cualquier remedio, pero le cuesta nueve mil ochocientos pesos y no tiene ni para comer. Por eso está sentada en las escaleras del metro, por eso las dos nos ponemos a llorar.

En nuestro Chile de hoy, se estima que aproximadamente uno de cada tres pensionados recibe menos de 20 mil pesos mensuales. Es la realidad de miles de personas que, como tantas señoras sentadas en la escalera del Metro, están privadas de sus derechos más inalienables, expuestas al sacrificio de su dignidad y a la miseria más dura.

Esta es una de las tantas caras de la pobreza que Chile podría superar. En un país cuyo crecimiento económico ha bordeado el 6 % anual durante los últimos 15 años, donde el PIB por habitante llega hoy casi a los 6 mil dólares, no es posible que la sociedad continúe incólume a las imágenes desgarradoras de una pobreza de la cuál podría hacerse cargo.

Pero sin el aporte conciente de todos los actores y las instituciones, nunca será posible saltar la valla del verdadero desarrollo. La tarea social no es sólo del Estado y de las organizaciones civiles; cualquiera de los que gozamos del privilegio de tener más de 20 años de educación formal ininterrumpida, no podemos pensar, ni por un minuto, que el problema de la superación de la pobreza, es tarea de otros.

En nuestra América Latina, donde 220 millones de personas viven bajo la línea de la pobreza y 40 millones son aún analfabetos, la responsabilidad social de los profesionales y de los estudiantes universitarios, es un deber adquirido sagradamente, a cambio del derecho no violado de la educación.

Los que se están formando en las aulas, son parte de una muy pequeña elite destinada a darle marcha a los destinos del mundo; serán ellos los responsables mañana de las políticas públicas, del desarrollo político y de la superación de la pobreza. Esos estudiantes que hoy formamos, son los más privilegiados de entre los tres mil millones de niños y jóvenes que hoy habitan este planeta.

En nuestros días, casi 600 millones de menores de 26 años, viven bajo la línea de la pobreza. Las juventudes en esta situación constituyen más de la mitad de los desempleados del mundo. Cada año, catorce millones de adolescentes tienen hijos, durante los próximos 10 años habrá 100 millones de niñas casadas antes de los 18 años y casi 20 millones de abortos clandestinos. Estas juventudes son las que no participan del auge económico, los que viven al margen del desarrollo tecnológico, de los avances de la ciencia, de las maravillas del arte; son los que jamás pisarán la Universidad, a menos que lo hagan para servir a los estudiantes, limpiando sus salas, recogiendo las bandejas de sus almuerzos o barriendo sus patios.

En este contexto, las universidades no sólo tienen que asegurar a los estudiantes las oportunidades de desarrollar sus capacidades plenamente; además deben procurar lo necesario para expandir esas oportunidades al máximo de sus potencias, multiplicando la conciencia, difundiendo las necesidades de la justicia, comprometiéndose con la verdad social. Finalmente, también por eso serán juzgadas.

Los más de 50 jóvenes que pasaron concientemente este año por la segunda versión del curso “Comunicación, Desarrollo y Pobreza”, en las universidades Diego Portales, Católica de Chile y Santo Tomás, probablemente entendieron un poco más el contexto de su educación. Hoy saben que es su responsabilidad el destino de las ancianas de la calle, el de los jóvenes excluidos y el de los niños abandonados. Hoy tienen algunas nuevas herramientas para enfrentar el futuro y le dan una posibilidad a la idea de que la construcción de un mundo sin pobreza es una tarea concreta, abordable a través de la pasión por la justicia social y de la voluntad de poner, al servicio de las grandes tareas, toda la inteligencia fecundada a través de estos años de formación.

En un mundo que cambia a velocidad vertiginosa, nuevas encrucijadas se presentan en el camino del crecimiento económico y el desarrollo humano. Serán los estudiantes de hoy, quienes enfrenten los grandes problemas emergentes de la sociedad: la inequidad, la exclusión social, la marginalidad, el deterioro ambiental, la crisis energética, los derechos de los emigrantes, el neo racismo, el desempleo, la segregación urbana y tantas otras dificultades que apremian primero a los socialmente más desprotegidos, aunque finalmente serán asunto de todos.

La Universidad les ha dado instrumentos para ser protagonistas de su tiempo. Además de materias teóricas y conocimientos técnicos, les ha traspasado ideas, formas de ver, ejes para orientar la mirada y la acción. Si esa tarea se ha logrado, sin duda mañana será mejor que hoy y ellos lograrán llegar por fin, hasta dónde nosotros hemos tratado de avanzar.